En el año 2010 hicimos un estudio de yogures que marcó impacto. Resulta que ninguna de las muestras que mandamos al laboratorio cumplía con los contenidos necesarios de lactobacilus bulgaricus y streptococus termophilus, sin los cuales ningún producto lácteo puede ser llamado yogur, según las exigencias del Reglamento Sanitario de Alimentos. Lo que no significaba que esos productos no tuvieran cualidades nutricionales, que las tenían. Y lo dijimos. Hubo un cierto revuelo.
Como organización responsable y consecuente, quisimos hacer seguimiento a este tema. Como el estudio aludido lo financió el Fondo Concursable, pensamos que el organismo del Estado estaba interesado en informar certeramente a los consumidores sobre la evolución de los productos.
Es así que en el año 2018 presentamos un proyecto con ese objetivo al Fondo Concursable. Desafortunadamente, este proyecto sólo obtuvo 83,57 puntos, los que fueron insuficientes para obtener el financiamiento esperado. Los consumidores se quedaron sin saber si los yogures que compraban eran yogures.
En el año 2019, para el primer llamado del Fondo Concursable, volvimos a presentar el mismo proyecto, igual en todos sus aspectos, pero en esta oportunidad sólo obtuvo 71,29 puntos y, naturalmente, quedó fuera.
En el segundo llamado de 2019, otra vez presentamos el mismo estudio de yogures al Fondo Concursable, con algunos aditamentos que daban cuenta de observaciones que el evaluador había hecho al proyecto anterior. Creemos que es importante que los organismos de información y protección de los derechos de los consumidores hagan seguimiento a los productos de consumo masivo.
Esta vez el consejo de Fondo sólo le otorgó 44,86 puntos a este proyecto y, naturalmente, no lo financió.
Curioso, demasiado curioso este asunto. ¿Cómo se explica? No quiero pensar que hay algo oscuro detrás de todo esto. Ya no se puede decir mano negra.
O capaz que sea pura inconsecuencia.
Por Ricardo Iturra, Director de ODECU.
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